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lunes, 5 de septiembre de 2011

Un lustro de 'BA-LON-CES-TO'

Casi sin darnos cuenta, tal día como hoy hace cinco años, el baloncesto español se bañó en oro. El 3 de septiembre de 2006, la ciudad japonesa de Saitama fue testigo del día más grande en la historia del deporte de la canasta en nuestro país. Fruto de una generación de jugadores inigualable, que aún mantiene a sus pesos pesados en la cresta de la ola, España sintió como el mundo entero estaba bajo sus pies. La plata cosechada en Los Ángeles '84 ante Estados Unidos había sido superada. Por un momento, en los bares, quioscos, colegios u oficinas, el baloncesto tuvo un lugar privilegiado. No era para menos. Aunque en ocasiones pueda parecer lo contrario, en la vida, pocas son las cosas que se dejan en manos del azar. No digan azar. Llámenle destino.

Llegaba España a Japón tras un pequeño borrón en una década llena de éxitos a nivel continental. Salvo en el Eurobasket de 2005, donde terminó en cuarta posición tras sucumbir ante Francia, siempre se subió al podio. Ampliando las fronteras, había que remontarse hasta el año 1982 y la cuarta posición lograda en el Mundial de Colombia. Epi y compañía no pudieron con la estética y la clase de los yugoslavos. Sin embargo, el siglo XXI traía bajo el brazo aires de cambio. Todo gracias a un grupo de chavales nacidos en el 80. Los mismos que lograron el cetro mundial junior allá por 1999 en Lisboa, estaban listos para dar seguir dado alegrías. Y vaya si las han seguido dando (Plata en Pekin 2008 y Europeo en Polonia 2009). Junto a ellos, algunos integrantes con tintes de 'vieja guardia' y otros con rostró aniñado listos para deslumbrar con el desparpajo de alguien seguro de sí mismo, sabedor que el momento ha llegado y debe aprovechar cada una de las oportunidades que se le brinde.

Y así fue. Sin juicios públicos previos y desestabilizadores debates paralelos, el combinado nacional se plantó en el país del sol naciente con un grupo unido con una jerarquía indiscutible. La ciudad de Hiroshima, téstigo de uno de los episodios más sangrientos de la historia, fue un lugar tranquilo. España, encuadrada en el grupo B, se deshizo con holgura de Nueva Zelanda (86-70), Panamá (57-101), Alemania (71-92), Angola (93-83) y Japón (55-104). Cada uno de los cinco triunfos no hizo más que confirmar que algo había cambiado. El buen juego daba alas e invitaba a soñar. Llegaban los temidos cruces. El 'win or go home' siempre incrementa el nerviosismo y la tensión. Momento para que la calidad salga a pasear. Cierto que un día malo lo tiene cualquiera. Pero el deporte no entiende de justicia. El margen de error reducido a su máxima expresión. Había que estar preparado para la hora de la verdad.

En octavos tocaba Serbia. Cuartos en su grupo de seis por detrás de una gran selección nigeriana, Los balcánicos no llegaban finos. Pero como el peor de los enémigos, nadie se fiaba. Pepu Hernández, flamante capitán de la nave desde el banquillo en aquella cita, preparó a conciencia el encuentro. Sobre el parqué, nadie defraudó. Un choque brillante que evitó un sufrimiento que se daba por seguro antes de que el árbitro lanzara el balón al aire desde el centro de la pista. 87-75. Lituania esperaba en cuartos. Una de las más fructíferas canteras europeas desde que en 1991 la antigua URSS pasar a mejor vida, venía en un momento verdaderamente reseñable. Agua. Contundente 89-67 y a correr.

En semifinales más de veinte años después. La lucha por las medallas había llegado casi sin avisar. Preocupaba la falta de competitividad y el dominio ejercido en los siete encuentros previos. También lo era el rival. Una Argentina con medio equipo criado en nuestro país creía en sí misma y así lo demostró. El 'showtime' de los días anteriores abrieron paso a la épica y al corazón. Más cuando se había dejado dilapidado una ventaja de nueve puntos en el último periodo y el mundo era testigo de excepción de la desafortunada lesión de Pau Gasol. Sin embargo, la dosis de fortuna (llamenle destino) que todo campeón requiere apareció en el momento adecuado. Con un punto arriba en el marcador, después de que Calderón convirtiera uno de sus dos tiros libres, los argentinos tenían ante sí la opción de hacerse con la victoria y poner fin a un sueño. De hecho, los Scola, Nocioni, Ginóbili y compañía decidieron forzar la falta previa sobre el base español para gozar de los últimos 24 segundos. Pepu ordenó no hacer falta, agachar el culo y defender. Con el corazón en un puño el balón llegó al 'Chapu' Nocioni que falló desde el lateral. Tiempo para creer.

Andrés Montes se desgañitaba como hiciera en la finales de la NBA de 1998 enl último anillo de Michael Jordan. Una vez más, fue la voz de todos. Llegaba la final. El partido más importante sus vidas. Un choque que, según reza el acervo colectivo, hay que perder para poder ganar algún día. Momento de romper tan absurda convicción. Paradójicamente, sin Pau, el grupo fue más piña que nunca. No fue necesaria su presencia como tampoco lo fue para que se erigiera en el consensuado MVP del torneo.

Comentaba el mítico Yannakis, técnico de Grecia por aquellas fechas, antes de la final que ante la ausencia del buque insignia de un equipo pueden suceder dos cosas. Por un lado, que el grupo se bloqueé y las ideas bombillescas brillen por su ausencia. O, por su parte, que aúnen sus talentos con más fuerza para superar las dificultades. España optó por hacer todo lo contrario. Por su faltaba algún aliciente, horas antes del partido llegó la terrible noticia del fallecimiento del padre del seleccionador. Una dosis de emotividad y sentimiento que reconfortó más si cabe.

De la mano de un extraordinario planteamiento desde el banquillo con una defensa de ayudas de manual y el siempre necesario acierto en ataque, los griegos Spanoulis, Papaloukas o Diamantidis no fueron ni la sombra del equipo que consiguió pasar por encima de EE.UU en semifinales. Destacar la labor de un Marc Gasol quien un lustro después reconoce que se erizan los pelos de su piel cada vez que rememora tan feliz acontecimiento. Con 21 años y 30 kilos después, frenó en seco a un mounstro llamado Schortsanitis. Garbajosa funcionando a pleno rendimiento desde más allá de la línea de tres, situada entonces en el 6,25. Grecia no se esperaba el concierto de una orquesta con un director inyectando sobre la pista los acordes para crear una armónica melodía que hipnotizara al cuadro heleno. 43-23 al descanso. En la segunda mitad, ni el siempre combativo carárter de los griegos tuvo lugar. Histórico y humillante 70-47. 23 puntos de diferencia en el que fue el segundo resultado más abultado de la historia, solo por detras de los 44 puntos por los que el inigualable 'Drem Team' superó a Rusia en la final del Mundial de Toronto en 1994.

Fue el triunfo del actor secundario. Siempre a la estela del fútbol, ese "ba-lon-ces-to" al que hizo alusión Pepu en su flamante llegada a Madrid obtenía por fin una victoria que quedó grabada a fuego en las retinas de todos los españoles. Un lugar privilegiado en los anales de la hisoria que nada ni nadie será capaz de borrar. Tal y como recuerda el propio Pepu en la efeméride del acontecimiento: “Los aficionados al baloncesto estaban encantados y muy contentos”. Eso, por descontado. A partir de ahí, como comenta el actual técnico de Asefa Estudiantes, brotó “un sentimiento especial hacia el baloncesto en distintas partes de la sociedad”. Como en botica, hubo de todo. Pero, por encima de todo, existió una alineación de elementos que hizo posible convertirnos en el mejor equipo del mundo. Como las grandes recetas de los más reconocidos chefs, cada ingrediente anduvo medido escrupulosamente. El tiempo de cocción fue el adecuado. En su punto. El manjar estaba listo para saciar el hambre de los más de 40 millones de comensales que esperaban en España. Un éxito del baloncesto, del deporte español, y por qué no decirlo, de todos lo españoles.

Las mejores imágenes de la victoria

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