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lunes, 19 de septiembre de 2011

España, oro por derecho

Todo salió a pedir de boca. Como en el más fantasioso y ambicioso de los sueños, España revalidó el cetro continental, primera ocasión desde que los Danilovic, Djordjevic, Bodiroga lo lograran en 1997, tras superar a Francia en la final por un claro 98-85. El talento ganó la batalla al músculo. Liderados por un Juan Carlos Navarro (27 puntos y MVP del torneo) en plan estelar, España sacó a relucir su mejor cara. Una vez más, nuestros vecinos recurrieron a un Tony Parker (26 puntos) para sacar las castañas del fuego. Pero nadie pudo frenar a una maquinaria española engrasada a la perfección. Momento para disfrutar, recordar a los que no están y, por qué no, reconocer el buen trabajo de la mejor generación del baloncesto patrio. Llega la séptima medalla, tras las conquistadas en los europeos de 2001 (bronce), 2003 (plata), 2007 (plata), 2009 (oro), el Mundial de Japón en 2006 (oro) y los Juegos Olímpicos de Pekín en 2008 (plata), de una generación inigualable.

Un encuentro que empezó con todas las espadas en alto. Francia conocía cuáles eran sus armas y trataría de explotarlas desde el inicio. Interesaba un tempo en el que el físico fuera el protagonista. España no se dejó impresionar y, después de algún despiste defensivo, trató de jugar sus cartas y le salió bien. Cuando el repertorio es extenso y amplio, la victoria parece más fácil. Más con la lección aprendida desde casa. El plan pasaba por nublar las ideas Tony Parker, el cerebro galo. Había tres oportunidades para hacerlo. Así lo decidió Scariolo pocos días antes de iniciar la aventura en tierras lituanas. Calderón (17 puntos) algo gris durante todo el resto del torneo, dirigió y jugó su particular venganza con Parker, verdugo desde que coincidieran hace 14 años en una semifinal cadete cuando ambos eran dos adolescentes. Junto al extremeño, Ricky y Sada diseñaron el desquicie de un hombre que parecía satisfecho con llegar a la final y mantener sus guarismos anotadores. Desde que un triple de Calderón colocara el 11-10, España no dejaría de liderar el marcador. Como el mejor de los relojes suizos, auspiciados por un Navarro que mantenía la buena forma de toda la fase final, el cúmulo de buenas intenciones de los franceses caían en saco roto al final del primer acto (25-20, min. 10). España ponía la directa y hacía bueno aquello de 'sálvese quien pueda'.

Scariolo, acertado en cada decisión que tomó por primera vez en mucho tiempo, se reivindicó hasta el punto de encharcar sus ojos alm ver la bandera española relucir en el techo del pabellón. Se quitó un peso de encima. Las gracias se las tiene que dar a los jugadores que cumplen en cualquier situación. Con Pau con dos faltas en el banquillo, Ibaka quería celebrar por todo lo alto su 22 cumpleaños. Con su hermana y su mejor amigo como testigos de excepción en la grada, 'Air Congo' dio un golpe sobre la mesa y brilló con luz propia. El congoleño se hizo dueño y señor de la zona con 5 tapones. Los músculos galos se encogían cada vez que veían sobrevolar a un español por derecho. Rudy y Marc eran los principales beneficiados del aturdimiento colectivo que supuso la entrada de 'Ibloka' en pista. Las diferencias se elevaban hasta situarse en la siempre psicológica barrera de los diez puntos (38-28, min. 15). Todo bajo control hasta que Rudy, en un arrebato de niñez desmedida, cometió una absurda falta ante Parker. Primeras chispas del encuentro. Por ahí, había poco que rascar. La brega y los malos gestos no son las señas de identidad de este grupo. Las disculpas del banquillo español a sus colegas no servían de mucho. El daño estaba hecho. Parcial de 0-7 que acercaba a los franceses (46-41, min. 20). Por suerte, Pau despertó de su letargo para poner las cosas en su sitio antes de irse a tomarse en un respiro al vestuario (50-41).

Llegaba el siempre crucial tercer cuarto. Navarro, 29.3 puntos de media en últimos tres partidos del torneo, siguió inspirado y tiró del carro. Francia no encontraba el camino. Parker no era la solución. Y Diaw (12 puntos, 4 rebotes y 7 asistencias) seguía demostrando la fidelidad al Elíseo. Tiempo para Sada, el tercero en parar el flujo de lucidez rival. Lo hizo y pudo terminar el campeonato con una merecida sonrisa. Un parcial de 7-0 supondría el estacazo definitivo (69-56, min. 27). Francia se cargaba de personales que no hacían más que seguir ampliando distancias desde el 4,60. Y ahí, murió el encuentro. Las aisladas acciones de los franceses, lideradas por Batum (10 puntos) y Gelabale, eran contestadas con más fuerza por un Navarro que miraba al banquillo galo como hacía Jordan con Spike Lee en el Madison. (75-62, min. 30)

Empezó el último cuarto con idénticas sensaciones y con el oro viniendo al encuentro español por enésima ocasión en los últimos años. Diez minutos para disfrutar que solo sirvieron para confirmar el bloqueo galo, sin Pietrus y Noah eliminados, a los que esta vez las cuentas no salían. El día de la batalla final quisieron competir. El problema es que no pudieron. Una muralla construida a base de talento y buenas intenciones les impedía ver más allá. (84-68, min. 33). Navarro seguía haciendo un ocho y buscaba las cosquillas insaciablemente. Pau dominaba en el interior (17 puntos, 10 rebotes y 4 asistencias) y no le importaba permanecer tras la estela de Navarro, inolvidable compañero de fatigas.

Momento para el sentimiento y la emotividad con la entrada en pista de Felipe y Claver que continuó con los gritos de los 14.500 aficionados, lituanos en su mayoría, pidiendo el MVP para Navarro cuando fue sustituido en los segundos previos al final del encuentro. El 98-85 final no es más que la rúbrica numérica de un juego incontestable. Todos, incluso los franceses que se jactaban al hablar de forma abierta y gratuita sobre la actitud chulesca y prepotente de los españoles, rendidos al 'ba-lon-ces-to' de un grupo irrepetible. La noche será larga. La alegría y emoción invaden los corazones de los aficionados. Una emoción que se vio eleveda a su máxima expresión cuando Felipe Reyes, en una impagable deferencia de Navarro, alzó el pesado trofeo y la encaramó con sus fornidos brazos hacia el cielo de Kaunas. Allí, arriba, su padre Alfonso sonreía orgulloso de su hijo. Hoy más nunca, salió el sol.

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