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miércoles, 15 de junio de 2011

A propósito de LeBron

A lo largo de la geografía mundial, las críticas, las catástrofes y otras reconocibles, palpables y latentes situaciones desastrosas suelen cebarse con los más débiles. En el mundo del deporte (de élite se presupone), esa burbuja que se encuentra por encima del bien y del mal, ese ente que hace olvidar los problemas cotidianos de la gente normal y corriente, la estrecha línea que separa el éxito del fracaso no tiene las mismas consecuencias sobre la salud ni el bolsillo de quienes lo padecen. Que se lo digan a LeBron James.

El pasado domingo, el hombre que se autodefine como 'King James' se aproximaba junto a su compañero Dwyane Wade a la sala de prensa del American Airlines Arena. Rostro abatido. Mirada perdida. Uno de esos momentos en los que hubiera preferido aparcar, sólo por unos minutos, los ceros de su cuenta corriente y toda la fama que, entre otras muchas cosas, le lleva a acumular un millón de seguidores en Twitter en algo más de una semana. Datos anécdóticos aparte, LeBron sabía la que le esperaba.

Al contrario de lo que ocurre en nuestro país, los medios estadounidenses (al menos los deportivos) carecen del amiguismo y el compadreo. Fieles a la imparcialidad, al saber que el prestigio vendrá de la mano de ser objetivos, de alabar y dar palos cuando el guión lo exija, independientemente de su condición deportiva, algo así como la ideología política trasladada en este caso al parqué. Sólo hay que echar la vista a lo que escribe uno de los periodistas que mejor conoce a James, Brian Windhorst, para darse cuenta de que no hay critica más constructiva y sincera que la de una persona que te aprecia.

Como buitres leonados, carroñeros por excelencia, ansiosos por morder a través de las más sangrientas e hirientes preguntas, tratarían de sacar titulares y esclarecer la mente de un hombre con algunos pájaros en la cabeza. Aquellos que han sido alimentados en los últimos ocho años con el mejor alpiste. El mismo que ceba a un animal mediático capaz de ser el sustento de una redacción,, un show televisivo o una marca publicitaria con tan solo mover un dedo. Pero cual gorrino, le llegó su San Martín.

La mente y el corazón humano normalmente, por no ser más contundente en la generalización de la idea, no se encuentran preparados para asumir aquel dicho que asume la débil y casi inexistente frontera entre el amor y el odio. En este caso, LeBron no tuvo opción a más. Parecía preparado, las tablas y la madurez que brillaron por su ausencia sobre la pista. Sabía a lo que se atenía cuando hace casi un año tomó la decisión de dejar de lado su Ohio natal para, de una forma humilde carente de un ápice de egocentrismo, “llevarse su talento a South Beach”, Fue el principio del fin. El final del una etapa. Como cualquier persona, quiso aspirar a las más altas cotas en el terreno profesional. Entonces cruzó hasta la acera del odio y se mudó, al menos por unos años.
Desde las calles de Cleveland se fue alentando un sentimiento de traición desmesurado. Nadie dijo que estuviera prohibido cambiar de equipo, perdiendo millones de dólares en salario hasta ocupar el vigésimo segundo puesto en el ranking de la NBA con 14,5 millones de dólares por campaña. Vivir con la alargada sombra de Jordan no debe ser fácil. Un hecho que ha medido al milímetro cada uno de sus movimientos desde que siendo jugador de instituto firmará con una conocida marca deportiva un multimillonario contrato de 7 años y 90 millones de dólares.

Como en cualquier guerra que se precie, los vencedores sonríen y el orgullo se desborda. A los vencidos les toca agachar la cabeza y asumir las consecuencias de la derrota. Y a LeBron no le ha quedado más remedio que tomar la segunda opción. Pese a contar con un proyecto ganador a la par que prometar, aunque se basarse en dos generales de división, un coronel y once soldados rasos, y terminar la temporada con 72 victorias, sumando temporada regular y postemporada, el fracaso se antoja irremediable. Las cosas se ven bien diferentes dependiendo del cristal con el que se miren. Nadie ha pensado en dar una oportunidad ni intentar hacer un guiño al año de estos Heat y en concreto a la odiosa a la vez que el lastrante y eterno simil con Michael Jordan. Bueno sí. Pero parece que poco importa ahora.
Quizá no era el momento
En Dallas, todavía se siente el olor a champagne del bueno, cortesía de un entregado Mark Cuban. Según relatan las crónicas de la celebración, el millonario propietario de los Mavericks se gastó unos 78.000 euros en un selecta fiesta en un club de Miami en el que todos disfrutaron durante toda la madrugada de un día histórico. Luego, como si de una novia en su noche de bodas se tratara, el punto excéntrico vino cuando el presidente de HDNET reconocía haber pasado la noche con el trofeo Larry O'Brien. Tan histórico como esperado. ¿Merecido? También.

Mientras, en South Beach, LeBron trata de olvidar, capear el temporal de la mejor forma posible. Muchos son los amigos encargados de hacer leña de un árbol al que sin duda llegará el momento. Lo merecerá, igual que lo mereció Nowitzki. Tal y como comentó LeBron en su cuenta de Twitter tras concluir el sexto encuentro de las finales: “El de arriba sabe cuando es mi momento. Y ahora mismo, no es mi momento”.


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